Aquella máxima de la tercera posición peronista que se parafrasea en el título ha recibido ya demasiadas reversiones como para sostenerse como una postura doctrinaria válida. Sin embargo, la ambigüedad justicialista contenida en su esencia sigue siendo un elemento central de las definiciones políticas del movimiento creado por el General Perón.
La actual crisis de Ucrania es un ejemplo concreto de ello. Esa forma elíptica de referirse a una anacrónica invasión del territorio de un Estado por parte de un Estado vecino refleja las volteretas que debe realizar el gobierno para no criticar a Rusia de una manera sólida y contundente. El zigzagueante camino de la diplomacia argentina, según las palabras de Mario Negri, queda absolutamente expuesto en este episodio que nada tiene de sorpresivo.
Con una trayectoria de no alineación ante los grandes conflictos bélicos en el mundo, Argentina siempre bregó por sus propios intereses en un escenario internacional en el que nadie puede mandar, aunque algunos puedan ser predominantes. Eso se ha desdibujado al punto tal que la única causa central para la política exterior argentina, la soberanía sobre las Malvinas, se puso en riesgo con las primeras palabras que dedicó el presidente a la invasión rusa de Ucrania.
La política británica de las últimas décadas ha tratado de que se reconozca el derecho a la libre determinación de la población kelper, algo que nuestro país siempre ha rechazado de plano por múltiples argumentos. La idea de que una población implantada pueda declararse soberana sobre un territorio previamente bajo el control de un Estado es rechazada de plano por nuestro país, motivo por el cual históricamente ha desconocido a Taiwán o Kosovo como estados independientes: hacerlo sería sentar un mal precedente para la causa de Malvinas.
La omisión de condena al accionar ruso no es una opción para la diplomacia argentina, que necesita reafirmar su posición sobre las islas del Atlántico Sur. No alcanza con pedir que se le borden las islas a los guardapolvos, con hacer un billete de $50 o con ponerle “Gaucho Rivero” a un torneo de fútbol. La política internacional no conoce de sentimentalismos ni de discursos, sino de hechos concretos, como bien en claro lo ha dejado Putin al ordenar una invasión tradicional a un país vecino.
Sergio Massa, tercero en la línea de sucesión presidencial, fue el primero en condenar a Rusia y el que en más duros términos lo hizo. Pese a ser lo que los correntinos llaman “poncho yeré” (los que se daban vuelta el poncho para quedar como liberales o autonomistas según la conveniencia), ahora no tuvo dudas en alinearse con la posición de Estados Unidos y Europa. Pragmático -y algo optimista- espera que ello juegue algún papel en las negociaciones que debe encarar nuestro país con el FMI, organismo en el que la potencia norteamericana sigue teniendo un papel central.
La del tigrense fue la voz de condena más fuerte dentro de un espacio que actúa de manera errática y contradictoria de manera permanente. El kirchnerismo duro sigue arriesgando la credibilidad diplomática que restituyó Alfonsín cuando abrazó sin medias tintas la causa de los derechos humanos, haciendo punta en una América Latina que no enfrentó ese problema de la misma forma. El oficialismo levanta esas banderas para legitimarse fronteras adentro, pero las guarda al relacionarse con los de afuera.
En este circo sin presentador que es el Frente de Todos se juntan en la arena los que hicieron geopolítica con las vacunas y pretendieron reforzar el vínculo con Rusia porque no vieron caer el Muro de Berlín, los que apoyan a gobiernos autoritarios y violadores de los DDHH alrededor del mundo y los pocos que todavía creen en los viejos ideales de la democracia liberal republicana que alguna vez supo defender occidente. Todos esos leones, payasos, trapecistas y tragadores de sables dan un espectáculo patético de falta de coordinación que demuestra que no saben a qué turno les toca salir ni qué es lo que tienen que hacer. Con sus múltiples reacciones y caóticas acciones dejan bien a la vista que una diplomacia como la que le valió el Nobel de la Paz a Carlos Saavedra Lamas es un sueño irrealizable en el corto plazo.
El kirchnerismo ha dejado en claro que si no es yanqui ni ruso es porque no termina de entender bien las diferencias de identificarse y alinearse con unos o con otros. Jugar al TEG -y perder por impericia- es la mayor experiencia de gente que no puede ponderar las necesidades del Estado argentino más allá de sus circunstanciales necesidades de política interna.
El gobierno ha demostrado, una vez más, su mentalidad pueblerina del interior profundo del país. Orientados por la mente estratégica de gente que solamente salió del país una vez que Néstor Kirchner accedió a la presidencia, son incapaces de entender las complejidades de un mundo que, aunque está en plena transformación y disputa por el liderazgo global, vuelve sobre los viejos axiomas del realismo clásico: la guerra hizo al Estado y el Estado hace la guerra. A partir de eso, la tibieza, las terceras posiciones y las improvisaciones son un riesgo que no vale la pena ser corrido.
Tu opinión enriquece este artículo: