Putin retacea vacunas, Alberto desespera

(Por Pablo Esteban Dávila - Diario Alfil) La Argentina fue uno de los primeros países en comenzar a vacunar contra el coronavirus, es cierto, pero puede que este sea un consuelo de tontos. Pese a este “logro”, con el correr de las semanas se hizo evidente que el país está vacunando lentamente y que vacuna a pocos. A la fecha se han inoculado apenas a 300 mil personas, la mayoría trabajadores de la salud, con las dos dosis prescriptas por el Centro Nacional Gamaleya de Epidemiología y Microbiología, el factótum de la Sputnik V.

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Es un ritmo peligrosamente cansino, especialmente cuando el presidente ha cifrado todas sus esperanzas políticas en evitar un nuevo confinamiento que degrade todavía más la macilenta economía nacional. Solo con la mayor parte de la población de riesgo vacunada sería posible reabrir todas las actividades que todavía hoy permanecen vedadas.

Para ser justos, y a despecho de otros antecedentes, el gobierno tenía un plan realista para comenzar a vacunar a buen ritmo. Tan temprano como en agosto del año pasado AstraZeneca firmó un convenio con el laboratorio local mAbxience para producir el principio activo de su vacuna, en tanto que el mexicano Liomont se encargaría de envasar el producto y completar su proceso de producción. La fundación del magnate Carlos Slim -paradójicamente infectado de coronavirus- dio el marco institucional para este notable acuerdo entre privados. A modo de externalidad, la administración de Alberto Fernández contaría con unas 22 millones de dosis a precios razonables, solo sujetas a las aprobaciones de las autoridades sanitarias. De yapa, la Argentina se convertiría en miembro del selecto club de productores mundiales del fármaco.

Pero el diablo metió la cola. El producto de AstraZeneca, que tantas expectativas había despertado en el mundo, se reveló como menos eficaz que otros en las pruebas de fase III. Esto determinó que la farmacéutica tuviera que regresar al campo de pruebas y ensayar nuevas combinaciones, lo que demoró el inicio de la producción. Este retraso impactó fuertemente en los humores de la Casa Rosada por la simple razón de que no existía un plan B.

Otros países, quizá con menos ambiciones industriales, optaron por una canasta de laboratorios más variada y adelantaron sumas millonarias para hacerse con la mayor cantidad de dosis posibles, pero la Argentina estaba jugada a una única opción. Este fue el motivo por el que, a comienzos de noviembre, Carla Vizzoti, la Secretaria de Acceso a la Salud del Ministerio que conduce Ginés González García, viajara a Moscú para negociar la compra de algunas vacunas Sputnik V.

Es muy probable que el Kremlin, siempre de buena sintonía con el kirchnerismo, haya accedido a los ruegos argentinos por una cuestión política antes que comercial. No es una novedad que todas las líneas de producción de vacunas se encuentran sobre exigidas y, con mayor razón, las rusas. Si Vladimir Putin pudo enviar en vísperas de Navidad las primeras remesas a Buenos Aires fue porque otras personas (tal vez sus propios connacionales) fueron forzados a esperar algún tiempo más. Después de todo y a pesar de lo insignificantes que han sido los primeros embarques, no deja de ser buena prensa para Rusia que un país como el nuestro adopte un producto tan evocativo para iniciar su campaña de vacunación.

Sin embargo, con las buenas intenciones no alcanzan. Es un hecho que Moscú no tiene la capacidad industrial como para satisfacer la demanda internacional de la Sputnik V. Esto se vio claramente ayer, cuando el Airbus A330 despachado por Aerolíneas Argentinas regresó a Buenos Aires con apenas 200 mil de las 600 mil dosis que se esperaban. Con estos números, a duras penas se logrará vacunar a quinientos mil habitantes antes de finalizar febrero. Mientras Putin retacea, Alberto desespera.

Las negociaciones con otros laboratorios, para colmo de males, tampoco parecen prosperar. Nadie ha vuelto a mencionar a Pfizer, mucho menos a Moderna, y todo indica que será China a través de Sinopharm el próximo e inmediato proveedor del gobierno. Huelga decir que ni Rusia ni China son de preferencia del paciente argentino, definitivamente más cercano a la farmacopea occidental, pero a falta de pan buenas son las tortas. Tal vez lleguen algunos productos desde Estados Unidos a través del fondo internacional COVAX de las Naciones Unidas, pero tampoco estas dosis parecen estar próximas.

Este conjunto de restricciones se asemeja mucho a una pesadilla, excepto por un detalle: diez días atrás, el 18 de enero, despegó desde Ezeiza rumbo a México el primer embarque del principio activo para fabricar 6 millones de dosis de la vacuna de Oxford AstraZeneca, dando comienzo de ejecución al acuerdo suscripto en agosto con mAbxience. La transportadora encargada del flete resultó Aeroméxico, no Aerolíneas.

Este es el primer paso para que la postergada vacuna de AstraZeneca comience a distribuirse por Latinoamérica, en donde la Argentina tiene ya asegurada una participación importante. Su arribo se espera para marzo o abril y, de seguro, será presentado como un triunfo épico por parte de Fernández. En la oportunidad, y seguramente, las usinas de propaganda de la Casa Rosada anunciarán el comienzo del fin de la pandemia, con un antídoto para todos y todas relativamente abundante. ¿Alcanzará para revertir una situación socioeconómica que se adivina ruinosa? Todo dependerá, al fin y al cabo, de la logística ad hoc que monte el gobierno. Esta vez, tal vez lamentándolo, ha tenido bastante tiempo para programarla.

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