Todesca argumenta que “las retenciones son una herramienta técnica que (permiten) desacoplar el precio internacional del precio nacional para garantizar la oferta de alimentos a un precio razonable respecto de los ingresos de las familias” porque “nosotros exportamos alimentos y suben los precios”. Para justificarlas moralmente, se pregunta en forma retórica: “¿por qué un productor vendería sus alimentos al mercado interno al menor precio si los puede exportar ganando más? Los empresarios son empresarios, no tienen fundaciones, entonces ganan dinero”.
En realidad, todas son excusas. Al oficialismo solo le interesa hacerse de una porción mayor de la renta agropecuaria alegando falsas defensas del ingreso popular.
No es necesario batir el parche sobre que el populismo necesita plata para repartir y que la administración de Alberto Fernández no tiene los recursos que sus mentores Néstor y Cristina Kirchner despilfarraron a diestra y siniestra en años pasados. Con las elecciones de medio término a la vista, su obsesión es hacer algo de caja para, al menos, disimular la pobreza que campea en todo el país.
El sector agropecuario es el villano perfecto para hacerse de los pesos que faltan. Sus integrantes jamás votarán por los candidatos del Frente de Todos y, por estos tiempos, gozan de una importante suba en los precios internacionales de los granos. Conforme al falsoprogresismo del Frente de Todos, están obligados a la “solidaridad” compulsiva.
Esta visión es harto opinable. Las retenciones son un impuesto distorsivo, que penaliza las exportaciones en un país que requiere divisas como un sediento necesita del agua. Ningún país serio tiene esta clase de gabelas. Además, es cínico vincularlas con el poder adquisitivo de la gente. El problema de los precios en la Argentina, mucho más que la valuación de las commodities, es la inflación, la hija putativa del gasto público sin freno que impulsa el kirchnerismo en sus diferentes versiones. La pobreza no se detiene con más retenciones, sino que se agrava precisamente por ellas. Por cada peso o cada dólar que el Estado detrae del sector privado se pierden oportunidades de inversión genuina, creación de empleos de calidad o la posibilidad de contar con dinero barato para financiar la producción o el consumo. Si el gobierno en verdad desea proteger “la mesa de los argentinos” -conforme la memorable expresión del exsecretario de Comercio Guillermo Moreno- pues debería dejar de gastar lo que no tiene y pensar en reducir y eliminar impuestos, no lo contrario.
Las retenciones, además, conllevan graves riesgos políticos, tal como pudo observarse en el prolongado conflicto con el campo en 2008, y se encuentran confinadas territorialmente a la geografía más feraz del país. Esto genera presiones, por carácter transitivo, hacia quienes gobiernan las jurisdicciones afectadas. Schiaretti es una de las víctimas más connotadas de este tipo de políticas dado que, como se ha dicho en tantas oportunidades, es un peronista que se encuentra a cargo de una provincia monolíticamente antikirchnerista.
En su último discurso en ocasión de la apertura de sesiones de la legislatura local, el gobernador dejó en claro que tiene una idea de provincia “productiva por naturaleza” y que esta certeza es “innegociable”. Es una declaración de principios sobre que no traicionará a quienes lo vienen apoyando desde hace tanto tiempo. Si la Casa Rosada dispusiera efectivamente una suba en las retenciones, tal convicción sería puesta a prueba de manera muy práctica, tal como hubo de suceder con la frustrada expropiación de Vicentin. Nadie podría alegar sorpresa alguna.
Con este asunto nuevamente sobre el tapete, el presidente vuelve a tensar la cuerda con el gobernador, allende sus intenciones de mantener una relación correcta con la provincia. Schiaretti también se resiente toda vez que, de materializarse el incremento, tendrá que salir a marcar la cancha aún cuando preferiría mantener la actual situación de equilibrio. De hecho, en los últimos meses no ha hecho nada para malquistase con Fernández salvo algunas y previsibles pretensiones autonómicas en la Cámara de Diputados. Es lamentable comprobar que la extrema necesidad de fondos del gobierno nacional pone entre paréntesis los sucesivos acercamientos entre dos mandatarios que, aunque sin quererse especialmente, reconocen las ventajas de trabajar en conjunto.
Resta esperar, finalmente, que las expresiones de Todesca sean confirmadas o, como ha ocurrido regularmente en diferentes ocasiones con otros funcionarios, terminen siendo desmentidas por Santiago Cafiero o por el propio presidente. Mientras tanto, las semillas de la discordia han sido nuevamente arrojadas al aire. El fantasma sobrevolará los ánimos de la pampa húmeda hasta que se desvanezca o se convierta en una amenaza tangible. Pero una cosa es segura: si el Frente de Todos insiste en tropezar dos veces con la misma piedra volverá a enfrentarse con el único sector que no necesita nada del gobierno, excepto que -al decir de Diógenes a Alejandro - deje de hacerle sombra.
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