Esta suerte de milagro fue posible gracias a la decisión unilateral de transferir cerca del uno por ciento de la coparticipación que le corresponde a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a la provincia homónima a efectos de pagar aumentos de sueldos de la policía bonaerense. La semana pasada, efectivos de aquella fuerza literalmente sitiaron la Quinta de Olivos para exigir una recomposición salarial. La situación sobrepasó tanto a Axel Kicillof como a Sergio Berni y la respuesta al reclamo, como viene ocurriendo en todos los asuntos del distrito, llegó desde la presidencia de la Nación, por cierto que a expensas del gobierno porteño.
La decisión mortificó decididamente a Horacio Rodríguez Larreta, un dirigente que se había autoimpuesto una relación madura con la Casa Rosada. Justo es decir que, desde el inicio de la pandemia, el jefe de gobierno supo cumplir a rajatabla con tal propósito. Acompañó al presidente en cada nuevo anuncio de prórroga de la cuarentena, aun cuando difería en la forma en que se estaba manejando el problema, y se mostró solidario con el manejo de la peste. Alberto lo llamaba “un amigo” y su conducta, lejos de despertar unanimidad dentro de la coalición opositora, era considerada por algunos como demasiado laxa hacia los excesos del oficialismo.
Hasta la consumación del expolio, la estrategia de Rodríguez Larreta era realista. Sacrificaba, en buena medida, su perfil opositor por una apuesta a la gobernabilidad en un momento aciago del país. Muchos de los referentes territoriales de Cambiemos acordaban con esta tesitura, honestamente horrorizados por las consecuencias del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. No obstante, muchos también consideraban este talante, aunque siempre en sordina, como propio de auténticas palomas.
Quienes recelaban de aquella prudencia eran los halcones, para quienes el gobierno de Fernández había mostrado, ya desde el inicio, las mismas conductas autoritarias que, en su hora, se habían censurado en Cristina Fernández de Kirchner. Aunque la nómina inicial de estos contradictores era extensa, sobresalían las figuras de Mauricio Macri (si bien en silencio), Patricia Bullrich, Fernando Iglesias o Alfredo Cornejo, por mencionar los más significativos.
Pero ahora, la práctica extinción de las palomas ha dado origen a una proliferación de halcones y a la radicalización de su discurso. Por necesidad o impericia, el presidente ha dinamitado los últimos puentes hacia una oposición muy diferente a la que enfrentaron Néstor y Cristina en sus sucesivos mandatos. Debe recordarse que Juntos por el Cambio maneja más de un centenar de diputados (un número similar al del Frente de Todos) y que, a diferencia de otros momentos de la historia, cuenta en su haber el hecho de que un presidente no peronista haya terminado su mandato a pesar de una inocultable crisis económica. Esto le confiere un estatus muy especial, que le permite aspirar a protagonizar elecciones competitivas y, razonablemente, regresar al poder en 2023.
De todos los halcones, tanto de los recientes como de los tradicionales, es Macri el que pretende asumir la línea más dura. Pese a que, en un primer momento, hubo de cuidarse de encabezar las críticas más duras hacia el gobierno (el suyo no terminó de la mejor manera, lo que no deja de ser un condicionante dialéctico), esto parece haber cambiado desde ayer. En un artículo publicado por el diario La Nación, el expresidente sostiene, entre otras cosas, que “las autoridades al frente del Poder Ejecutivo vienen desplegando una serie de medidas que consisten en el ataque sistemático y permanente a nuestra Constitución” y que, “para poder gobernar sin límites, violentan la ley fundamental de la Nación”. Es una fuerte declaración de que las épocas de la empatía han quedado definitivamente atrás.
La reaparición de Macri puede que tenga por objetivo neutralizar la sobreexposición de Rodríguez Larreta, devenido en estrella. Ambos podrían reclamar la máxima candidatura en el próximo turno presidencial aunque, probablemente, tengan que también vérselas con otros referentes, muchos de ellos radicales. Es un hecho que la sucesión de errores no forzados de Alberto ha acelerado los tiempos dentro de la oposición y que, en los próximos meses, se sobreactuarán agravios de diferente tono hacia el Frente de Todos para ganar posicionamiento.
Si bien la torpeza de Fernández (o, en propiedad, de su vice) adelantó los tiempos electorales, tarde o temprano la oposición habría cargado unánimemente en contra de su administración. Está en la naturaleza del sistema político argentino y es saludable que esto ocurra. Se le podría recriminar que haya convertido prematuramente a Larreta en un crítico impiadoso de sus decisiones, pero el jefe de gobierno no habría permanecido neutral en los próximos años. Tampoco es creíble que el presidente hubiera supuesto que la buena onda con el porteño se extendería sin plazo de vencimiento o que fructificaría en algo más que simpatía personal. Sin embargo, lo sucedido con Juan Schiaretti es otra cosa.
La reacción del cordobés no estaba en los cálculos oficialistas. Su negativa a apoyar la incautación de los fondos de Larreta encendió alarmas en el entorno presidencial. ¿Porqué lo hizo? Osvaldo Giordano, el ministro de economía mediterráneo, explicó que no habían sido consultados y que la insobornable posición de Córdoba es que los asuntos que hacen a la coparticipación deben ser tratados en forma integral por el Congreso de la Nación. Son bellas palabra que, a no engañarse, esconden una potente jugada del gobernador.
La realidad es que Schiaretti ha optado, nuevamente, por privilegiar a su electorado local antes a las necesidades financieras de su gestión. También es un pase de factura hacia Cristina quién, en 2013, estuvo dispuesta a dejar que la ciudad de Córdoba ardiese a manos de policías acuartelados sin tener siquiera la gentileza de enviar un par de gendarmes en auxilio de José Manuel de la Sota.
¿Se trata de un mensaje sobre que no habrá apoyo desde la provincia mientras la vicepresidenta continúe marcando la agenda del primer mandatario? Tal vez. O, no deja de ser una hipótesis asaz plausible, el gobernador haya comenzado a ensayar un desacople definitivo de un gobierno con el que definitivamente no se siente cómodo. Debe recordarse que, antes de que Cristina entronizara mediante un tuit a Alberto como cabeza de fórmula, Schiaretti diseñaba con Miguel Angel Pichetto una tercera alternativa electoral. Ahora Pichetto es uno de los contradictores más duros y sofisticados del Frente de Todos y, no obstante ello, el cordobés nunca ha renegado de su anterior cercanía hacia el rionegrino.
¿Habrá alguna aproximación desde este flanco? En la alquimia de transformación de palomas a halcones que supo consumar, Fernández no se ha limitado, tal como se advierte, al archipiélago de macristas y radicales, sino que ha extendido la dicotomía a un campo que, hasta no hace mucho, consideraba como propio.
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