Jean Ziegler, el escritor suizo que siempre tuvo una visión muy crítica respecto del endeudamiento, afirmó que "Ya no hacen falta los tanques, las ametralladoras o las bombas para someter a los pueblos. Hoy en día, con la deuda es suficiente". Más allá de lo justo o injusto de tener que pagar la deuda pública, se podría decir que es lo más parecido en el siglo XXI a la piedra de Sísifo, es decir que nunca se termina de cancelar.
Si en la Argentina volvió con mucha fuerza el debate alrededor del riesgo de financiarse a través del endeudamiento (sobre todo desde la suba de las tasas de interés en EE.UU.), como triste consuelo queda el hecho de que no es en el único lugar donde se empieza a notar una real preocupación.
El último informe de estabilidad financiera, publicado por el Banco Central Europeo (BCE) la semana pasada, pone el foco en el problema que puede generar el nivel de la deuda pública de varios de los estados miembro de la zona euro. Justamente, lo que el máximo organismo monetario no quiere por nada es revivir la crisis de la deuda soberana que padeció la región hace casi una década atrás, poniendo en peligro la estabilidad continental y obligando a rescatar a varios bancos para evitar una hecatombe sistémica.
Una situación explosiva
No debería sorprender el cambio de perspectiva del BCE si se tiene en cuenta que la situación a nivel mundial es francamente explosiva: de acuerdo con un estudio del Instituto de Finanzas Internacionales ("Global Debt Monitor", "Monitor Global de la Deuda"), la deuda mundial total alcanzó los u$s 237 billones a fines del año pasado (incluye la deuda privada), creciendo la impresionante suma de u$s 11 billones (equivalente al PBI anual de China, medido a valor de tipo de cambio), en tan solo 3 meses: entre el tercer y cuarto trimestre de 2017.
La pregunta entonces sería quién le pone el cascabel al gato de la deuda que, como si fuera la caja de Pandora, parecería haberse salido de control nuevamente. En el caso argentino, hace un mes atrás el economista José Luis Espert ya lo alertaba: "Al ritmo actual de crecimiento de deuda pública y variación del tipo de cambio, la deuda al final de un segundo mandato del Presidente Macri sería del 70% del PBI. Es una deuda complicada de seguir financiando, sin tomar en cuenta los cisnes negros".
Lamentablemente, los cisnes negros llegaron en la forma de suba de tasas de interés de los bonos estadounidenses a 10 años, con la consecuente huida de capitales de las economías emergentes y la inquietante crisis cambiaria vivida en la Argentina a principios de mayo. Incluso ya se pone en duda el segundo mandato del actual Gobierno, toda una muestra del cambio de aire que se respira por los déficits gemelos (fiscal y en cuenta corriente) y las nuevas dificultades para seguir financiándose a través del endeudamiento, a tal punto que se recurrió al salvavidas (ojalá que esta vez no sea de plomo) ofrecido por el FMI.
En terapia intensiva
Distinta es la situación en Europa, donde el BCE cuenta con un arsenal suficientemente poderoso para enfrentar cualquier riesgo en este sentido. Pero las alarmas ya empezaron a sonar en la última reunión del comité de política monetaria que se realizó a fines de abril pasado.
En el informe recientemente publicado, el organismo es contundente: "El equilibrio fiscal y el endeudamiento general de los países de la zona euro va a mejorar en los próximos años, gracias a una coyuntura más favorable. Sin embargo, un deterioro de las condiciones económicas o un relajamiento fiscal en los países más endeudados podría modificar esta perspectiva y, por ende, alterar la visión de los mercados respecto de ciertos países endeudados de la zona euro".
El mensaje es claro: el mayor peligro que enfrenta la región es Italia, hoy en terapia intensiva en varios frentes, tanto el bancario, como el económico, financiero y, ahora también, político. El país enfrenta una crisis que viene de hace rato: entre 2006 y 2016 fue una de las economías europeas con menor crecimiento, lo que hizo que, según el FMI, el PBI per cápita cayera por debajo del de España (a nivel absoluto, sigue siendo un 50% superior al español), su sistema bancario está colapsado, hundido por el nivel de créditos incobrables y al borde de la bancarrota, con el consecuente empobrecimiento de la población. Además, su nivel de deuda alcanza el 132% del PIB, el segundo más elevado detrás de Grecia (179%).
El desencanto de los italianos es tan grande que permitió que, en las recientes elecciones, una coalición de los dos partidos populistas formara gobierno, con la promesa de aumentar el gasto público en más de 100.000 millones de euros y revisar la salida del euro. Toda una declaración de principios que puso los pelos de punta entre los funcionarios del BCE.
La reacción de los mercados no se hizo esperar, elevando en tan solo una semana la tasa de interés de los bonos italianos a 10 años en más de 50 puntos básicos. Y arrastrando, en el camino, la que pagan los títulos públicos de España y Portugal, otros países que sufrieron durante la anterior crisis de la deuda soberana.
La advertencia del BCE también tiene en cuenta que pronto finalizará su programa de recompra de deuda (el "Quantitative Easing", o QE), mecanismo puesto en marcha a partir de 2015 para superar la crisis financiera y ayudar a reducir el costo de financiamiento de los países miembro. Por eso, las minutas de la última reunión insisten tanto en cuidar el nivel del endeudamiento: "Podría emerger un riesgo de liquidez y provocar mayores consecuencias". Ante cualquier duda, consultar al Gobierno argentino.
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