Schiaretti, metafóricamente uniformado con las galas de los Federales de Bustos, nunca había sido tan explícito como lo fue ayer en su diferenciación con el gobierno nacional. Prácticamente todos los anuncios de gestión fueron opacados por las definiciones políticas que desgranó en su breve discurso de apertura de sesiones ordinarias de la legislatura unicameral.
Cargó, como siempre, en contra del sesgo unitario que exhibe la administración de Alberto Fernández a quien, como único gesto de cortesía, no nombró explícitamente en ningún momento. Lo hizo con dureza: “seguimos siendo un país unitario donde el Estado nacional gobierna fundamentalmente para el AMBA, que tiene privilegios en detrimento del interior profundo de la patria. Estos privilegios se profundizaron en los últimos años”.
Gobernar para el gran Buenos Aires, sugirió el gobernador, implica un descomunal esfuerzo de las provincias productivas -dentro de las cuales se inscribe Córdoba- para financiar las distorsiones que genera aquel conglomerado. Parte de estos recursos surgen de un impuesto no coparticipable que pega de lleno en la economías local: las retenciones agropecuarias. No resultó una sorpresa, por lo tanto, que Schiaretti cargara, nuevamente, contra estas gabelas reclamando abiertamente su eliminación y destacando, de paso, que el distrito aportó 240 mil millones solo en 2021 por este concepto.
Tampoco dejó pasar la oportunidad para hablar de la otra cara de la moneda: los subsidios que reciben porteños y bonaerenses que, simétricamente, les son negados a los habitantes del interior. Así, atacó duramente los fondos que reciben las distribuidoras eléctricas Edesur y Edenor, la transportista Cammesa y la empresa de aguas y cloacas AySA, las que, en conjunto y según sus cifras, recibieron el año pasado la friolera de 214 mil millones de pesos del gobierno nacional, casi lo sufragado por Córdoba en materia de retenciones. Lo mismo señaló en torno a las desigualdades en el precio del transporte urbano, gracias a las cuales un porteño paga un boleto de $18 y un cordobés $59.
No obstante, la que resultó su definición más fuerte fue la siguiente: “vivimos hace mucho ya discutiendo cómo repartir la escasez, en vez de discutir cómo crecer de manera sostenida (o) de consensuar sobre la sustancia de las cosas que hay que hacer para dejar atrás la decadencia de la patria”. Algunos podrían decir que son clichés de un opositor, pero esto no es hacer justicia a lo que esta frase encierra.
Aseverar que lo que se hace últimamente es “discutir cómo repartir la escasez” no es propio de un peronista clásico, al menos de los que pululan en la Nación. En este sentido, Schiaretti sugirió que, si no hay riqueza, ninguna distribución es sustentable y que, por ello, hay que pensar en los medios para producir más antes que perseguir fantasías redistribucionistas. Es un giro copernicano a lo que se sostiene desde la administración Fernández.
Pero lo más notable es su afirmación sobre que la “decadencia de la patria”. Este, convéngase, es un hecho que cualquier argentino comprueba cotidianamente, aunque dicho por un mandatario justicialista es particularmente relevante. El peronismo gobierna, si bien es cierto que en su versión izquierdista, desde 2003, con el breve interludio de Cambiemos. El ocaso argentino al que alude Schiaretti no puede ser desligado de los Kirchner ni de Fernández, descontándose también la responsabilidad de Mauricio Macri en esta situación. Esto equivale casi a una denuncia sobre quienes, sistemáticamente, optaron por el populismo como criterio de toma de decisiones. Si alguien en la Casa Rosada todavía tenía alguna esperanza en reclutar al cordobés como tropa propia debería archivar esta ilusión a partir de hoy.
Decadencia es, también, una palabra apropiada para sintetizar el actual momento del Frente de Todos, un estado que, seguramente, Schiaretti advierte como ninguno. La renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque del FdT en Diputados es una auténtica editorial de la descomposición que vive el oficialismo.
Se trata de una decisión concreta, algo que la diferencia de las embrolladas epístolas de su madre, piezas de lectura críptica si las hay. Máximo dio un portazo porque no está de acuerdo con el entendimiento con el FMI, una causa que motivará otros alejamientos (ayer renunció también la vicepresidenta del bloque, Cecilia Moreau) y futuras reticencias a apoyar las políticas presidenciales. También se descuenta que Cristina dio la aprobación para que su primogénito actuara de esta manera, con lo cual es posible inferir que los afanes de Guzmán ante los expertos de Kristalina Georgieva no resultaron, en absoluto, de su agrado.
Es difícil conjeturar sobre que sucederá en las próximas semanas con el gobierno de Fernández. ¿Pegará el presidente el portazo después de este nuevo desaire? ¿O, como ha sido su hábito hasta el presente, preferirá seguir en el medio de la tierra de nadie política en la que se ha convertido su gestión? Cualquiera de las dos alternativas se antoja funesta, porque ambas tienen consecuencias muy prácticas y con costos perfectamente imaginables.
En semejante contexto, la definición de “decadencia” utilizada por Schiaretti para describir la actual situación es correcta. Es un rumbo ominoso, agravado por la crisis permanente del oficialismo nacional, empecinado en agravar sus contradicciones antes que por encontrar una síntesis de gobernabilidad. Quienes deseen aventurar que esto es un efecto diferido de los resultados de las últimas elecciones están en su derecho.
Tu opinión enriquece este artículo: